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26 Dios nuestro,
tú permitiste que todo eso pasara
para que aprendieran tus amados hijos
que no son las cosechas sino tu palabra
la que alimenta a los que en ti confían.

27 El fuego no destruía al maná,
pero éste se derretía al primer rayo del sol;
28 así tu pueblo aprendió
que debía levantarse antes del amanecer,
para darte gracias y encontrarse contigo.

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